Dolor y consternación por el fallecimiento de Mila Dosso. Dueña de una pluma exquisita, fue por muchos años editorialista, columnista y editora de un suplemento semanal del diario. Falleció este martes 28, a la 1,30, a los 75 años. De 9 a 12, sus restos serán velados en el Crematorio Avellaneda, cita Norte sobre Mila, quien se desempeñaba en este diario de la región.
Profundo dolor y muestras de consternación generaron en NORTE la inesperada noticia del fallecimiento de Mila Dosso. Integrante por muchos años de la Redacción, con una pluma destacada, la entonces editorialista, columnista y editora de un suplemento semanal del diario, murió este martes 28 de enero, a la 1,30, a los 75 años.
Rápidamente las redes sociales se hicieron eco de la triste noticia e inundaron con comentarios recordando la figura humana y profesional de Mila Dosso. Madre de Hugo, Daniela y "Memi", estuvo casada por muchos años con el doctor Hugo Camisasca, quien falleció tiempo atrás. Oriunda de Puerto Tirol, había nacido un 21 de diciembre. Estudió en el Colegio Nuestra Señora de Itatí de Resistencia, promoción 1967. Mientras trabajaba en el diario, la sorprendió una complicada enfermedad a la que le dio lucha sin cuartel y le ganó varias batallas.
Muy activa en las redes sociales, usaba generalmente Facebook para dar rienda suelta a su gran pasión por la escritura. Defensora de las causas justas, en muchas oportunidades se la leyó con aireados debates sosteniendo y fundamentando su posición. Sus familiares informaron que este martes, de 9 a 12, sus restos serán velados en el Crematorio Avellaneda.
Ricardo Ledesma Moro la recordó así en sus redes sociales: "Vuela alto al otro lado del arcoiris mi bella princesa Mila ...q.e.p.d. prima,dueña de las palabras en hojas blancas. Tu narrativa quedaron plasmadas en nuestros corazones ♥️ besos al viento mi rubia bonita, t.k.m. y te guardo en mi corazón".
Este es el último posteo de Mila, en la siesta de ayer lunes 27 de enero, quizás presagiando el destino que estaba escrito:
Cuando nos hayamos ido
¿Quedará la "Bolsa" floreciendo Dolares Blue, o serán los lapachos, allá por agosto, con su testimonio de ardiente belleza los que recordarán nuestros tiernos afanes, los amores furtivos, los cálidos abrazos?
¿Quedarán en el aire los sonidos de cajas registradoras, computadoras, celulares y juegos electrónicos; o en nuestro silencio definitivo hablará por nosotros la embravecida voz de la tormenta, los latigazos secos del viento norte en las sedientas siestas de enero y el canto alegre y ligero del churrinche, que todas las tardecitas regresa a su nido en aquella rama inclinada hacia el cielo, y canta, empecinado, hasta que muere el día?
¿Correrá por el lecho de los ríos toda el dinero, las joyas y los espléndidos vestidos, las toneladas de siliconas, los quillones de colágeno y los litros de bótox, todos los chiches que la vanidad y la ambición juntaron, avariciosas e insaciables, junto a los huesos secos de los que se van antes de la vida, rotas las manos doloridas contra los indiferentes muros del crimen y la crueldad.
¿O volverá a llenarse sus cauces con el agua cristalina y la roja sangre de tanta inocencia malgastada, la virginal pureza de los que no vendieron su alma ni hipotecaron sus sueños?
¿Qué será de los salones alfombrados y los despachos oficiales, de los inmensos y suntuosos templos, de las imponentes mansiones ocultas tras murallas y candados pero que asoman ostentosas, turbadoras?
¿Qué será de los inviolables tesoros de los Bancos, de las cajas fuertes y el oro de los dioses; de la ruidosa Wall Street, imponente catedral en ruinas del mundo financiero, o de los Goldman Sachs y la vieja y desdentada Europa?
¿Se convertirán en escombros sepultados bajo la arena de los siglos y los habitará el silencio definitivo?
¿Quedará allí el sello de lo que fue el espíritu humano, o como cuenta una vieja leyenda india las almas buenas quedarán entre las ramas de los bosques y por las noches cantarán desde el agua fría de los ríos?
¿Quedarán acaso los bosques si ya casi no hay árboles en ellos?
"Padre decidme qué le han hecho al bosque que ya no hay árboles.
En invierno no tendremos fuego ni en verano sitio donde resguardarnos"
¿Quién sabrá, salvo Dios -¿o ya lo hemos matado?- en su infinita sabiduría, cuáles fueron las almas verdaderamente buenas, cuál fue el pecado original que destruyó el corazón del hombre?
¿Quién podrá decir, cuando nos hayamos ido, "yo fui mejor que aquel"? ¿Quién afirmará sin sonrojarse "yo he arrojado al suelo un grano de simiente"? ¿Y quién se atreverá a confesar "no lo logré, no lo logré Señor, y aun reconociendo el pecado muchas veces lo elegí"?
¿Quién, a las puertas del infierno, sentirá dolores de parto y quién escuchará palabras mágicas que hagan empalidecer a los mármoles del cielo?
¿Quién perdonará nuestras pobres argucias, nuestras mentiras, nuestros engaños, nuestras búsquedas..., tan torpes como las de la rosa del Principito?
¿Quién nos dirá si después de todo el hombre no estuvo, a su pesar y sin culpa, condenado a ser siempre peor de lo que deseó?
¿Quién nos sorprenderá, en su infinita piedad, y nos susurrará con palabras de miel que al final de todo fuimos mejores de lo que creímos; que si la lucha entre el bien y el mal –ambos igualmente ciertos en el corazón del hombre - fue desigual y titánica, perdurará, sin embargo, el recuerdo de lo más bello de cada uno, como esas flores que guardamos entre las páginas de viejos libros, a las que el tiempo marchita pero que conservan su aroma y perfuman la oscura muerte?
El mensaje de Eduardo López, el más sentido
Partió Mila Dosso, gran mujer y enorme periodista que entrego su talento en las paginas de diario norte. sus ex compañeros del diario la despiden con todo el cariño...
El 28 de enero de 2025 falleció en Resistencia a los 75 años la periodista, editora, escritora y poeta María Emilia Dosso, conocida como “Mila”. Había nacido el 21 de diciembre de 1949 en Puerto Tirol. Hizo sus estudios primarios en la Escuela 167 y desde 5º grado en el Colegio Nuestra Señora de Itatí de Resistencia, donde vivió primero con unos tíos y luego con sus abuelos. Allí también realizó los estudios secundarios. Inició la carrera de filosofía en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Noreste. Luego, junto a una amiga, se trasladó a Rosario para seguir allí la carrera. Regresó a Resistencia donde nació su hija Daniela. Ingresó a la administración pública durante el gobierno de Bittel – Torresagasti y siguió durante la dictadura hasta que fue obligada a renunciar. En 1983 se casó con el médico Hugo Camisasca y en 1990 con una semana de diferencia fallecieron su madre, Carmen Ledesma y su padre Raúl Dosso. A principios de la década del 80 instada por un amigo, Julio Enríquez, colaboró por un tiempo con el Suplemento de Cultura del diario Norte. A fines de 1990 y principios de 1991 comenzó a colaborar con diario Norte, invitada por su jefe de Redacción, primero en los suplementos Norte Mujer y Norte Dominical hasta abarcar todo el diario. Cuando se creó la revista “Chaqueña” el director Miguel Ángel Fernández le otorgó la responsabilidad de ser editora. Más tarde fue nombrada, además editorialista, tras el fallecimiento de dos de sus más recordados colaboradores, Savelio Yurkevich y Antonio Bosch. El Sindicato de Prensa del Chaco le entregó en 1995 su distinción anual, “Felix Wandelow” por su brillante y consecuente tarea.
El 21 de diciembre de 2014 publicó esta nota
Recuerdos de una niña de pueblo
Nací en Tirol y si bien vine de muy niña a Resistencia, la ciudad me resultó hostil, vacía, gris. Amaba mi pueblo, su laguna, el río Negro y el tajamar; el viejo puente, las calles de tierra y carbonilla, el guayabo de mi casa y su galería, el jardín, el aljibe y el viejo galpón que escondía nuestras travesuras. Nunca hubiera querido partir de Tirol y siempre, siempre estoy regresando, como una eterna vagabunda que cada noche vuelve al mismo refugio aunque durante el día haya atravesado millones de distancias.
Y es Tirol desde donde regresan mis primeros recuerdos de Resistencia: viajar a la ciudad con nuestros padres era toda una aventura.
Vagamente evoco la vieja estación de tren por la avenida Laprida, pero sobre todo, la cuadra de enfrente.
¡Cómo me subyugaba ese enorme bar con mesas de madera y algunos parroquianos con la botella y un vaso bajito de vidrio grueso, en los que una vez y otra cargaban una bebida marrón y se la bebían de un sorbo, echando la cabeza para atrás y vuelta a llenarlo. (Los miraba como a los “mocitos” de las películas de cowboys que pasaban en el cine al aire libre de mi pueblo: “El bueno, el feo y el malo” con Clint Eastwood, “Django” con Franko Nero, “Butch Cassidy” con Paul Newman y Robert Redford).
Hombres rudos, de mirada dura y solitaria, que parecían escapados del infierno y alargaban interminablemente la noche como el humo de sus cigarrillos de tabaco negro.
En el centro del bar, siempre había no sé si una, dos o tres mesas arrimadas, donde entre risotadas, gritos, maldiciones y botellas vacías, llenas o semillenas, otros hombres disputaban campeonatos de billar en largas y sólidas mesas tapizadas de verde o rojo.
Las bolas rodaban, se cruzaban unas a otras, o chocaban entre sí y desviaban su rumbo. Cuatro, cinco, diez bolas. Y ante mis ojos todo desaparecía, salvo el rugido de esos roncos vozarrones y esa danza que el azar sincronizaba como figuras de un ballet que me hipnotizaba, pegada contra el vidrio hasta que mi mamá me arrastraba literalmente del brazo.
No recuerdo dónde íbamos después.
Sólo esa escena permanece congelada y todos los días, cuando paso por allí, comienzan a transitar esas historias pasadas que se funden como manchas de humedad en el presente.
Nos quedábamos unos días en la casa de mis abuelos, y entonces vuelven a mí los fines de semana con mi tía: los sábados, el cine Marconi, el hombrecillo deforme pero adorable que en “el intervalo” entraba gritando “¡A lo maní, chocolates, pororó!”.
La primera película que vi allí fue “Sissí”, ¡Cómo lloré! (No hace mucho, con Cristina, mi amiga de todos los instantes, la encontramos en dvd y la volvimos a mirar, de puro taradas. ¡Y volví a llorar! Pero por mí, ya no por Sissí.
Los domingos, la Retreta del Desierto de la plaza 25 de Mayo era una cita impostergable. ¡Cómo miraba, con la boca abierta y los ojos como platos, a esos mozalbetes de uniforme tiesos como estatuas que arrancaban marchas y melodías de los enormes instrumentos; y de allí a la heladería Noirat, y ese helado de dulce de leche inolvidable, como jamás volví a comer.
¿Y “la loca Esperanza”?, que con su figura fantasmal y huidiza escurriéndose fugaz por las calles despertaba las más locas fantasía mías y de mi prima Marcela. Siempre nos acercábamos a su casa, donde vivía ella con millones de gatos y –recuerdo nítidamente –un hermoso piano de cola; una hermosa casona semiderruida y vacía, con cortinados y sillones cuyas hilachas dejaban aún entrever otras épocas de esplendor en la vida de esa mujer.
Siempre me pregunté si realmente era loca, como la llamaban, o sólo se había hundido en una melancolía extraña e infinita que la desarraigaba del mundo.
Sólo sé que hablábamos con ella y su voz, un tanto dislocada, era sin embargo muy dulce. Me encuentro con su figura fantasmal – exactamente la misma de entonces- cada vez que recorro esas calles.
¿Y las hermosas muñecas de trapo, las “peponas”, del tamaño de un bebé de verdad, que acunábamos y se ponían tibiecitas y dormían con nosotras?
¿O las de porcelana que abrían y cerraban los ojos y cuando se ponían muy sucias las limpiábamos con un trapito mojado, hasta terminar arruinándolas?
Recuerdo que una de aquellas entrañables Navidades en Tirol, concurrida de parientes de Resistencia, el niño Dios me trajo una pequeña muñeca de porcelana pero bien morena, y algunas amiguitas que ya tenían bien aprendidas las primeras lecciones de discriminación, se burlaban de mí y mi muñeca, y yo cuanto más la ridiculizaban más la adoraba.
¡Tan distintas a las barbies, miniaturas espantosas de plástico duro y articulado!
¿Y las tardes de lluvia jugando al ludo o a las damas? ¿O al ahorcado? La embopa, la escondida, la rayuela, la mancha, los barquitos de papel que hacíamos navegar los días de lluvia en los charcos que se juntaban en los patios.
Y lo inolvidable para mí: cuando mi papá –después de la cena, en un rato de sobremesa- con la servilleta hacía mil figuras con la mano; o cuando apagaba las luces y a la sola luminiscencia de una linterna, también con la mano, proyectaba en la pared imágenes gigantescas que nos sorprendían, como en el cine.
El lechero, al que salíamos a recibir con una gran jarra de aluminio y aspirábamos embelesados el aroma de la leche espumosa y todavía tibiecita.
¡Y cómo no recordar los malvones, las azucenas, el jazmín del país, su fragancia, o el de los bizcochuelos que horneaba mi abuela casi todas las tardes, no esos sintéticos polvos que ahora vienen en cajas y tienen gusto a nada.
¡Las melbas! Era un deleite separar los discos y lamer todo el relleno, ¡tenían un gusto! Cuando siento nostalgias y las compro, realmente son un asquete.
Los paquetitos de manón, las “Variedades” que el almacenero tenía en esas enormes latas y envolvía en un papel que, con maestría digna de prestidigitador, hacía girar en el aire sin que se caiga ninguna macita, formando las famosas trencitas.
Las máquinas de coser Singer a pedales de mi abuela…
Recuerdos, recuerdos, recuerdos. ¿Por qué hay días que los recuerdos se desbarrancan desde la piel al alma y nos pueblan la mirada y las noches de nostalgia?
No teníamos Playstations, ni 190 canales de televisión en cable, sonido surround, celulares, computadoras, Internet, ¡pero cómo nos divertíamos!